Parecía una niña, era muy baja y caminaba deprisa, con su chandal gris para salir a caminar. Si no fuese por sus canas nadie hubiese sospechado que era una mujer mayor. Caminaba con prisa, pero observaba todo a su alrededor con aquellos ojos azules.
Con destreza, recogió una lata tirada en el suelo y la colocó en la papelera más cercana. La suciedad era un problema en aquella zona de las afueras, dónde la educación de los viandantes no ayudaba al reducido equipo de limpieza. No era raro que alguien tirase una lata al suelo, o que los niños tirasen petardos en las papeleras, justo cuando más llenas estaban para disfrutar del estropicio creado.
La mayoría se daba ya por vencido y el orgullo no dejaba a los demás viandantes recoger una lata, o un papel, tirado en aquellas calles. Todos se habían quejado de la suciedad pero sin embargo ahí estaba, esperando a ser limpiada o a molestar día tras día.
Ella continuó con prisas a sus quehaceres diarios y con una naturalidad increíble dejó sorprendidos a los jóvenes viandantes que la observaron.
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